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Domingo de cine: 'La cura del bienestar'

  • Wasp
  • 26 mar 2017
  • 3 Min. de lectura

Después de una filmografía comercial y variopinta (‘Un ratoncito duro de roer’, Trilogía de ‘Piratas del Caribe’, ‘The Ring’, ‘Rango’, ‘El llanero solitario’), Gore Verbinski busca alejarse de lo convencional y volver al género del terror con su nueva e interesante propuesta: ‘La cura del bienestar’ (A Cure for Wellness).


Un joven empresario viaja hasta un balneario de los Alpes suizos obligado por sus jefes en busca de otro de ellos, quien se fue y no ha vuelto, para firmar un contrato que mantendrá a la empresa con vida. Las cosas se complican para nuestro protagonista cuando descubre que algo va mal en ese balneario, que está muy lejos de ser la cura del bienestar que dice ser, y poco a poco se ve encerrado allí como lo están el resto de los pacientes.


Una trama sencilla que Gore Verbinski enrevesa y estira como un chicle hasta límites insospechados.


Mr. Lockhart, nuestro protagonista encarnado por Dane Dehaan, es un tipo con las ideas aparentemente claras y que quiere tener una vida y un futuro asegurados en base a su trabajo en una empresa de bolsa. Él es el conductor de la historia y quien nos hará pasar los peores ratos frente a la pantalla. Con un recuerdo constante de Di Caprio en Shutter Island, Lockhart va desentrañando y revelándonos a nosotros los secretos que esconde el balneario mientras abre puertas y experimenta situaciones demasiado extrañas; en ocasiones, ese juego de plano subjetivo me recordaba al juego de ordenador ‘Layers of fear’.


Ya desde el principio, cuando Lockhart llega al magnífico y antiguo castillo en el que está situado el balneario, nos damos cuenta de que algo no es normal en esa atmósfera. Y es que el ambiente, la atmósfera de la película, es un personaje más, el personaje que más estómagos revuelve y culos inquieta.


Después de que Lockhart pida ver a su jefe repetidas veces y todo sean excusas por parte del personal del centro para que no se encuentre con él, la historia ya te ha enganchado y ni siquiera te has dado cuenta. Y cuando sale en escena una misteriosa joven que va tarareando por las instalaciones sin tomar ningún tratamiento, únicamente bebiendo de una pequeña botella azul semejante a de la que beben el personal y el director del balneario, ya eres incapaz de pensar en nada más… hasta que después de haber visto en pantalla escenas que han bebido del cine de terror de los 60 y 70 te das cuenta de que han sido mero entretenimiento y despiste, y de que el final de la enrevesada historia no va por ahí.


Gore Verbinski ha querido hacer algo diferente y lo ha conseguido. Hacía mucho tiempo que no sentía tan intensamente una sensación de repugnancia hacia lo que estoy viendo, y no una repugnancia como te pueden despertar ‘Saw’ o ‘A Serbian Film’, sino una repugnancia implícita dada por los colores percibidos en pantalla y las expresiones de unos personajes perturbados. Una repugnancia que echaba de menos en el cine. Por esa parte todo está bien en la película.


Sin embargo, quizá debido a ese afán de hacer algo diferente y meter en la historia un tipo de terror implícito que hacía mucho que no se veía, una vez que adivinas qué está sucediendo, el metraje se hace interminable, y en el final la caga; como si el director hubiera tenido prisa por terminarla. El final sabe a poco, a muy poco.


Cabe destacar las interpretaciones de los tres personajes principales. Dane Dehaan recrea al perfecto antihéroe, Jason Isaacs vuelve a clavar su papel de malo de la película (este excesivamente parecido al que tiene en la serie de Netflix ‘The OA’), y Mia Goth, cuyo personaje parece mimetizarse con la atmósfera del largometraje para transmitir las sensaciones de inestabilidad y repulsión junto a ésta.


Una cinta lunática y original al mismo tiempo que hermenéutica totalmente recomendable.










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